La Ciudad de Cristal

Ciudad de cristal de Paul Auster no es sólo una gran novela de los ochenta. Es, entonces, algo más; un intento de respuesta al sentido de eso que llamamos "la vida". El mismo Auster no demora en arrojar una contundente premisa en el comienzo del relato: "Todo empezó con un número equivocado, el teléfono sonó tres veces en mitad de la noche y la voz del otro lado preguntó por alguien que no era él. Mucho más tarde, cuando pudo pensar en las cosas que le sucedieron, llegaría a la conclusión de que nada era real excepto el azar".
Y así es como sucede todo, líneas de fuga que se encuentran y se entrelazan en un punto inesperado. No hay destino, no hay un fin en todas las cosas como creía el correcto Aristóteles. Sólo una figura en medio de la oscuridad que tira golpes al azar.

La música en los otros


Cuando cae la tarde me da por escribir. Pasa lo que tiene que pasar; me recuesto en la silla, hago que prendo un cigarrillo y comienzo con la escritura. Al principio, la escena la imagino ideal: un hombre caminando lento en medio de una lluvia torrencial, los amantes secretos que se despiden en un andén lejano, la descripción de un hombre que ha sido. Luego me quedo largo rato preguntándome quién es ese tipo que camina bajo la lluvia, por qué los amantes esconden su amor, qué le ha pasado a esa sombra de hombre.

Al otro día releo lo escrito y todo va a parar a la basura. Es una forma absurda de acercamiento a Kafka, me digo. También me pregunto a dónde van a parar los papeles que uno ha escrito, los que ha perdido o los que se ha llevado una amante. Sólo pueden quedar en el recuerdo del escritor o del ocasional lector. Soriano ya lo había dicho alguna vez, "somos músicas que quedan en los otros".

¡Sed como la Pantera Rosa!


A pesar de que mi amigo L. P. me advierte que no ponga tanta filosofía, y me meta de lleno en la exhibición de fotografías de modelos y de eso que los revistas llaman "vedettes". Yo le digo que no y, ya en medio de la discusión, argumento en favor de una humanidad ilustrada que lee suplementos culturales y vota a progresistas. A todo esto, L. P. opta por tirarse en un sillón y leer "los clásicos" (la única cosa que vale la pena leer, dice).

Más allá de esto, lo más lejano que he encontrado de las vedettes y lo más cercano que he encontrado a la filosofía (aunque no estoy muy seguro), son unos singulares consejos que da el pensador francés Gilles Deleuze (foto) al final del breve libro Rizoma:

"Haced rizoma y no raíz, ¡no plantéis jamás! ¡No sembréis, picad! ¡No seáis ni uno ni múltiple! ¡Sed multiplicidades! ¡Haced la línea y jamás el punto! ¡La velocidad transforma el punto en línea! ¡Sed rápidos, incluso sin cambiar de lugar! (...) Sed como la Pantera Rosa y que vuestros amores sean aún como la avispa y la orquídea, el gato y el baduino".

Como cualquier otra cosa


Esa sería una traducción aproximada de Anything Else, la película de Woody Allen en donde parece volver a sus grandes momentos creativos. Dejando de lado esa genialidad que es Match Point (2005), Anything Else, (que aquí se conoció bajo el improbable título de Todo lo demas) estrenada en 2003, tiene como protagonistas a Jason Biggs, el torpe joven de la trilogía American Pie, y a Cristina Ricci.

Los conflictos y situaciones son los que Allen siempre ha transitado: el escritor que se debate entre ganar dinero o escribir su (siempre) postergada novela, las charlas intelectuales en algún bar de New York, las referencias a intelectuales europeos y las relaciones de pareja. El protagonista discurre por estos lugares comunes que el director maneja con facilidad. El film se deja ver, incluso resulta bueno, pero es invitable que sus seguidores (cuyo nombre es legión en Argentina) no tracen un paralelo con Annie Hall. Al fin y al cabo sólo se trata de Woody Allen, como cualquier otra cosa.

La Mujer que Hablaba del Amor

Me pregunto por qué La Mujer que Habla del Amor ha elegido la soledad. Al fin de cuentas es un destino como cualquier otro. Quizás por ser ella, la que habla del Amor, ha elegido no tener extendidas relaciones que (en forma inevitable) terminan con los amantes aburridos y desengañados. Para evitar el tono marchito ha sabido volver a empezar a tiempo. De todas maneras no he sabido comprender del todo esa lógica, puesto que en mi pobre existencia he apostado (en forma vana e ilusoria, claro) siempre a la permanencia mas que al cambio.

Ahora, solitario, las noches son más largas, los silencios más profundos y las esperanzas más grandes.

La auto-referencia empieza por casa



Mi amigo L. P. ve este blog y me dice que el sitio es muy intelectual, hermético y que va a tener menos entradas que un partido del torneo de ascenso un día de lluvia. Me aconseja, entonces, que lo haga más eclético, con humor, parodias y pastiches de objetos del consumo masivo. Pero, agrega al final, que ponga algo auto-referencial. Bueno, entonces ahí va: yo.





No Avestruz fue el lugar. Edgardo Cardozo, Juan Quintero y sus guitarras llenaron el rústico escenario, además de la excelente iluminación y el sonido. En un clima íntimo se desarrolló el pequeño concierto. La música y las letras maravillosas llenaron el lugar de magia que nos roba la gran urbe. "Platónico", "Prisionera", La ventana" fueron algunos de los temas. Hubo bises, empanadas caseras, copas de vino tinto y cerveza alemana.