otoño


Las hojas caen, amarillentas, en cualquier ciudad. Es tiempo de cambios; de comenzar una nueva temporada. Amanece demasiado tarde mientras los hombres desconocidos viajan a destinos no elegidos. En todos los lugares los espera el amor y la muerte; el destino y el azar se disputan todas las esquinas, los poetas y los hombres de traje desfallecen aquí y allá de alegría o de tristeza. Nadie está a salvo, es otoño y la ciudad se tiñe de ocre.

Historia del hombre que no salió en la foto

Aquel hombre, ese que no salió en la foto, tiene un reloj de piedras que, espera con paciencia, se convierta en un reloj de arena. Su novia se lo regaló en un cumpleaños, junto con un manual para "erosionar objetos contundentes y limar asperezas". El manual, descubrió mucho después, era una exagerada metáfora sobre el matrimonio. Por eso, y porque ella lo engañaba con un empleado de Entel, la abandonó una tarde en que otro hombre trataba de volar cerca del viento.

(La fotografía que ilustra el texto pertenece a Macarena Díaz Bradley).

Los ejercicios de la melancolía


Escribir en un bar avejentado a la hora del ocaso, contra la ventana, cuando las sombras van cubriendo poco a poco las veredas soleadas; mirar pasar la gente cuando uno anda triste y el mundo le parece un lugar ajeno; caminar gratuitamente, como sino hubiera rumbo ni puerto de llegada; admirar las parejas besarse; imaginar relatos truncos, donde la chica siempre se termina yendo con otro, que nunca es uno; mirar Sweet and Lowdown, leer a Kierkegaad, escuchar “Plegaria para un niño dormido”.

resistencias

Sentado en el rincón más oscuro del La Flore escribía y escribía. De tanto en tanto, sigiloso, se levantaba y recogía alguna colilla de cigarrillo. Eran tiempos duros de guerra y escasez; faltaban el tabaco, el alcohol y era complicado conseguir un poco de chocolate. Pero lo fundamental era mantenerse despierto; escribir, leer, discutir, planear el próximo movimiento de la resistencia.

El escritor mezclaba sus papeles. Algunos días se dedicaba a un cuento, otros a la Filosofía y, si quedaban fuerzas y tiempo entre las reuniones clandestinas y los paseos en bicicletas junto al Castor, pensaba una obra de teatro.

Hacía poco había vuelto del campo de batalla y ahora se encontraba en una París ocupada, donde cualquiera podía ser un nazi o un colaboracionista. La resistencia era un fantasma que había que saber percibir; y la vida era algo de lo que no había que huir, sino atravesar.

para A.F. por la frase inspiradora

Simone


Para J.F. en la alegría y en la tristeza

Siempre había dicho que quería ser una escritora. Era la forma adecuada de dar testimonio del mundo, que es uno con nosotros. “La literatura tomó en mi existencia el lugar que había ocupado la religión; ella lo invadió todo y lo transfiguró” dijo alguna vez Simone de Beauvoir.

Simone construyó con Sartre una pareja abierta, con un vínculo inquebrantable, cuyas “reglas” se resumían en: viajes, poligamia y transparencia total. “La felicidad nunca cae del cielo”, es el hombre y la mujer quienes la construyen en el desgarro que implica vivir.

Siempre atenta, sincera, insoslayable, fue durante décadas el símbolo (pero también materialidad) de la lucha de la libertad de la mujer; sobre todo con la escritura de El segundo sexo (1949), “ese faro que Simone encendiera para guiar a las mujeres” hacia la liberté.

escrituras



1 A fines de 1939, Jean-Paul Sartre es “movilizado” por el ejército francés y cumple funciones en el cuerpo meteorológico junto a cuatro compañeros. Sus tareas en la milicia le dejan mucho tiempo para poder escribir. Un poco para evadirse, comienza un diario personal en un cuaderno de cuero negro, obsequio de Simone. Escribe en forma frenética hasta el punto que cambia de guardia con el cabo Pierre para poder continuar con su cometido. En solo día llega a escribir 80 páginas. Otro, 30.

2 En mayo de 1940 comienza la “verdadera” guerra para Sartre. Hasta entonces, todo aquello había sido las vacaciones de un escritor en el frente.

Al poco tiempo lo hacen prisionero junto con otros 14 mil hombres. Son alojados en barricadas, donde duerme en el piso, donde jamás se baña.

En marzo de 1941 es liberado gracias a un certificado falso.

3 “El hombre debe crearse su propia esencia; arrojándose al mundo, sufriendo en él, luchando en él, es como se va definiendo poco a poco. La angustia, lejos de ser un obstáculo para la acción, es su condición misma... El hombre no puede querer sino tras haber comprendido que no puede contar nada más que consigo mismo, que está solo, abandonado en la tierra en medio de sus infinitas responsabilidades, sin ayuda ni socorro, sin otra meta que la que se dará así mismo, sin otro destino que el que se forjará en la tierra”.

Bruma



La ciudad era un lugar brumoso, había dicho M.. Claro que M. era fotógrafa y tenía una sensibilidad especial para ver las cosas. La realidad era un perpetuo andar; un flujo incesante, una composición maquínica –parafraseo despiadadamente a Deleuze– donde cualquier punto puede comunicarse entre sí; el rizoma dispara para cualquier lado.

Hombres y mujeres caminaban por la calle; reducidos a gestos fútiles y vacíos. No estaba triste aquel día, caminaba por la calle como si no hubiera mañana, pero había alguien que sí la pasaba mal. Alguien sufría porque no entendía su forma de amar. Vivía con intensidad sus sentimientos en medio de la ciudad brumosa. Entre sollozos recordaba una y otra ve la frase de Galeano: “Contamos las horas que nos separan de la noche que viene. Entonces nos haremos el amor, el tristecidio”.La tristeza era una de las maneras del amor, o eso creía.

un cross a la mandíbula

“He notado que hace rato no pones nada bueno en el blog”, dijo L.P. al tiempo que hojeaba un diccionario griego. Intenté explicarle que era complicado escribir a diario algo que valiera la pena leer. La inspiración era un bien escaso, que se cotizaba caro en el mercado. “No es excusa”, susurró y citó toda una serie de autores que habían escrito miles de páginas sin las comodidades de las que yo (“vos” dijo L.P.) disfrutaba: procesador de texto, acceso a libros de todo el mundo con un click, internet, impresora y esas cosas.

Luego se levantó de la silla, tomó un libro de tapas amarillas y estuvo un rato leyendo en silencio.

–Crearemos nuestra literatura no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierren la violencia de un cross en la mandíbula –dijo al fin L.P. que había dicho Arlt.