hacía


Le rezaba al dios de los tristes,

hacía de las lagunas océanos,

marcaba el compás de las orquestas.

Ahora mira un rincón,

y hace prisiones.

escribir(la)


Siempre por contar historias tristes, a punto de no llegar, esperando en la estación de trenes. Escribo en cuadernos que luego pierdo por ahí. Anoto pequeñas cosas que pasan. Caminos que no he recorrido, personas que conozco, imágenes de los veranos.

Siempre en la encrucijada, a punto de cruzar el umbral, esperando en un bar a punto de cerrar. La luz del atardecer humedece los rostros, los vuelve humanos.

Siempre tendido como un puente, a punto de pisar la otra orilla, esperando encontrarla en una calle cualquiera. Para mirarla, escucharla un rato, escribirla una vez más.

una mujer


A sus ojos claros, la ciudad enmudecía. Los domingos dejaba de amar. Sus esperanzas parecían un muro casi derrumbado.

A su alrededor: existencias, soledades, compañías mudas, ruidos de vecinos. Su trabajo: cierta forma de la contemplación.

Los caminos le eran extraños, los puertos un enigma. La oscuridad la salvaba de la intemperie, del viento que venía con el ocaso.

A pesar de todos y de todo, amaba, quizás en silencio, quizás descorazonadamente, quizás de forma que jamás entiendas.

imágenes


Buscaba tierras firmes, conclusiones a las que llegar.

Capturaba almas tristes y miradas vacías. En medio de la multitud se transformaba. Enfocaba y disparaba con precisión. Vivía en medio de los acontecimientos.

Extrañaba, dudaba, sentía con intensidad. Habitaba la imagen; una morada incierta la esperaba, como a todos, como a ninguno.

para M.D.B. y sus ausencias

a la vuelta del frío


A la vuelta del frío todo es más solitario. Amanece tarde, cuando los porteros ya han regado las veredas y los estudiantes dormidos pasan apurados hacia la parada del colectivo.

Uno retorna, como casi todos, a sus proyectos, a sus vacíos, a sus posibilidades.

Escribe, toma mate, cabecea un poco frente a la computadora, sueña un poco con el destino humano. Luego despierta a la realidad, que es el sueño soñado por todos.

pero no lo saben

En un café del mundo se encuentran dos desconocidos, un hombre y una mujer. Ignoran que en el futuro (ya) se están amando. Pero estando ahí, presos del presente, piden dos cortados, él una medialuna. Cruzan palabras de ocasión, charlan del frío, luego quizás de literatura y cine. Ignoran que en el futuro es el amor el que hablará a través de ellos. Salen del bar: se miran, se sonríen, se conversan mientras cae el atardecer. Ignoran que compartirán infinidad de amaneceres. Llegan a una esquina, se saludan y se despiden; cada uno se va pensando en el otro. Ignoran que jamás dejarán de amarse.

movimientos


El movimiento de las mareas, los sonidos de las mañanas tristes, la soledad que exorciza las sombras.

Los que almuerzan en las plazas, los que ven como caen las hojas amarillentas, los que dicen que no saben que harían en ciertas situaciones.

Los refugios del mundo, los hombres de las afueras, esa magia que no para de aparecer aquí y allá.

el muro


Empantanado en la escritura. Así está la cosa. Detenida, inmóvil, estática. Uno, en su vana ilusión de escritor amateur, creía que el relato se escribía solo, “de una”. Pero no, resulta que la página en blanco se convierte en un muro. Una pared de concreto difícil de cruzar. Lo curioso es que las ideas están, incluso cierta estructura del relato, pero las palabras –reducto último, verdadero paraguas del escritor– no pueden cruzar el muro. De ahí “el bloqueo”, la parálisis, la desazón de los personajes que están “suspendidos” en el tiempo y, un poco de costado, lo observan a uno con desdén. Su existencia detenida por un tipo que ese día no se ha levantado inspirado. Qué hacer, a quién recurrir.

Así, se descubre la soledad que aqueja a los escritores, los muros que los rodean y la inmensa esperanza que tienen cada vez que sientan en cualquier lugar a enfrentarse con el blanco de la hoja; para imaginar, para crear, para descorazonarse un poco cada día.

La suma de los actos cotidianos hacen a los hombres


Lloraba en el cine, corría bajo las tormentas de verano, llegaba a tarde a todas sus citas. Tomaba mate solo mientras escribía palabras de despedida para los viajeros que nunca regresarían. Iba a leer el diario a las estaciones de trenes, bromeaba con extraños, dibujaba caras tristes en los bancos de las plazas. Deseaba en grande, temía en grande, se disimulaba en la multitud vertiginosa que azotaba las grandes metrópolis.

Era sólo un hombre, nada más.

Espejos y sueños


El viajero no tiene descanso en la vigilia. Vive mientras pertenece al movimiento del mundo.

Espejos y sueños hacen de mi lo que soy.

Construimos lugares porque necesitamos guardar lo que hallamos en el camino.

Espejos y sueños marchan juntos a veces. Ayer creí ver un reflejo, pero era sólo un fantasma, un recuerdo ajeno mezclado en el mar de la gente.

pequeñeces

El viento es libre en las costas del mundo. El hombre camina por allí para sentirse pequeño. Hay olas rompiendo, vegetación escasa, muros de arena, faros encendidos en noches sin luna. Las pisadas no paran de borrarse. El mar suele ser incansable como el olvido. Los amantes llegan juntos a estas orillas para perderse en la noche bajo las estrellas, y por momentos existe el infinito para ellos.

ciertas formas


La escritura sólo remienda de a ratos.

A la hora del ocaso todo es tenue y se tiñe de cierta lasitud. Recuerdo algunos imprecisos en el pueblo.

Había cierta grandeza en el cielo anochecido. Yo voy caminando solo, expectante de la vida, con la mirada inquieta y el corazón abierto, que es mi manera de andar.

los amantes y el tiempo


Estaba recostado en la silla. En la mano derecha tenía una copa de vino verde, de rasgos medievales, con detalles en los costados. Ella estaba cruzada de piernas y fumaba un cigarrillo con cierta impavidez. Hacía exactamente cinco minutos que ni él ni la Mujer que Hablaba del Amor pronunciaban palabra. Bebían y se miraban mientras pensaban en silencio sobre lo que ella, momentos antes, había dicho.

–El beso de los amantes nuevos es un beso para huir de la muerte. Es una advertencia de que el tiempo, cuando se vive un amor intenso, es un bien escaso. Siempre estamos retrasados. Es un tren a punto de salir.

De golpe ella suspiró, como quien recuerda algún beso lejano pero no olvidado. La Mujer que Hablaba del amor miró el techo y pestañeó varias veces para que las lágrimas que intentaban salir de sus ojos se detuvieran y, sobre todo, para que aquel hombre sentado frente a ella no las notara.

Miró su reloj, sonrió y se fue. Nunca antes se había ido.

afuera


Ahí, más allá de la escritura estamos nosotros. Por menos lineal que sea, por más sentidos que tenga, la escritura es la referencia de una inscripción; la escritura es algo que permanece en tiempos de fluidez.

Los que estamos en el “afuera” discurrimos. Somos seres desgarrados en un mundo desgarrado. Y eso es lo que nos hace ser lo que somos. En el “afuera” la tristeza no es una palabra, sino algo que nos ronda el cuerpo, algo que vivimos y que nos vive. Pero, a pesar de todo, seguimos imparables en nuestro devenir. Nos hacemos y deshacemos en nuestra morada; esperando horizontes, cielos inmensos, playas a donde llegar, miradas donde encontrarnos.

existencias



Los lugares se vacían, las miradas se ahuecan y vuelvo a ver el tiempo volar.

Los senderos no se detienen en su dispersión.

No hago otra cosa que escribir.

La piedra se hizo más pesada hoy. La vi rodar en la caída de la tarde.

Ahora me siento en cualquier lugar a existir, a llorar un poco, a recordar mi presencia en los otros.

siendo mirando


Los lugares que habitamos, los objetos de los cuales hacemos nuestro mundo, las personas que nos rodean. Todo aquello lo podemos atrapar en el juego ilusorio del lenguaje. Queremos contenerlas en palabras, porque se nos escapan, se nos fugan, se nos pierden en la infinidad sentidos. Fijamos lo imposible. Nos detenemos en cualquier lugar. Alguien pasa y nos mira y nos congela; somos meros objetos para él. "Somos mirados en un mundo mirado", dice Sartre. Pero, así y todo, nos fugamos como las cosas en la multiplicidad del mundo. Escapamos de las miradas por miedo a no ser. Y así vamos por la vida. Siendo, mirando, tratando de seguir en la inmensa libertad de la que somos capaces.