otoño


te leo en la punta silenciosa de las gotas de rocío que descansan, efímeras, en las puntas de las últimas hojas verdes de otoño

musicas


el sonido que escuchas es la soledad que invade todo aquello que haces en las noches que vas a saborear el aroma de las flores nocturnas

viaje


Viajamos entre la tormenta,
después de la explosión de Dios.
Cada relámpago nos muestra
fantasmagóricos de amor.
A cada paso se hunde el lodo,
salta un reptil, acechan diez.
Cada segundo es como el cobro
de lo que resultamos ser.
de Expedicion, de Silvio Rodriguez

todos los cielos, el cielo

vi nacer las flores nocturnas, 
me vi fumar solo, 
el aroma insaciable de las calles humedas,
los transeuntes desconocidos, 
esperanzado en mis quimeras,
en los relatos imposibles,
en mis lunas recortandose sobre las nubes blancas de la noche,
en los cielos fugaces,
te vi a vos,
te vi,
y no supe ver mas nada. 

"breves países de felicidad"

Julio

"Sí, pero quién nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Huchette, saliendo de los portales carcomidos, de los parvos zaguanes, del fuego sin imagen que lame las piedras y acecha en los vanos de las puertas..." (cap 73).

unidad de lugar


¿Cómo llegaste hasta acá? Andaba perdido. Hice varias cuadras, crucé la plaza, me entretuve un poco con las nubes y la chica de ojos claros que alisaba el césped. ¿Cómo llegaste hasta acá? 
Andaba encontrado. Me empujó un poco el viento. Sólo quería estar sola. ¿Cómo llegaste hasta acá? Por el camino aquel, por la equivocación de mirarte y ver más de lo que veo, por amarte, por soñarte a la orilla, entre la arena, por recordar la foto que saqué de la luna. 

Ahora si, los dibujo a todos, estamos en un bar: el perdido toma algo en la barra, tararea canciones que había olvidado; la chica fuma y lee apuntes; el otro, yo, sólo quiere verla y contarle todo y después recordarla a la hora sin sombra, el perfume y los gestos y las palabras y todo en este sitio, en todos los sitios, en todas mujeres, en los perfumes y en las músicas que de ella tengo. 

Vida y otras cuestiones

Existo en las palabras.

Me giro lingüístico de un tiempo a esta parte.

Encerrado entre las descripciones del mundo, en la conformación bucólica de imágenes bellas, en el contemplar de las flores nocturnas.

En una época, que es esta, nos arrinconamos contra las mesas de los bares del centro a fabular, a imaginar otras vidas, a ser los que tenemos la dicha, el grito, los que amábamos demasiado, los que creemos ser Erdosain y Astier, los que destrozamos muros, los que leemos los clásicos imperturbables, los, que, imitamos, a, Saer, hasta, el, descaro, los que nos juntamos en el patiecito aquel, con las baldosas a cuadros, a fumar y a hablar de política, de literatura, de los que se fueron, de los que se quedaron, los que nos quedamos solos, contra la pared, observando el cielo, los que salimos a la hora del rocío nocturno a caminar, los que vamos a comer recortes de pizza y tomar cerveza, los que hacemos de la vida y otras cuestiones cuentos, relatos, los que jugamos el juego de la literatura y la amistad en cada rincón.

Somos aquellos que se pierden por las calles.

Miranos, estamos en todos lados.  

Crónica Olfativa


cuento leído en el Rosa Molesta Club

La máquina expende el boleto y huelo a través de la ventanilla semi abierta el aroma gris del ricachuelo por última vez en el día; se me antoja una sensación brumosa y pesada, que se empasta sobre las paredes de mis fosas nasales. Ahora en el colectivo, el asiento que exhala plástico viejo, gastado de las posaderas ajenas. El viaje es tranquilo a pesar de los saltos del 29 contra los últimos adoquines. Acaso la mujer del asiento de adelante huele a jazmín; me acerco un poco, es inconfundible: son rosas y agua fresca y maquillaje; la mujer, me digo en mi silencio de pasajero, posee el aroma de la juventud marchita. Se asoma la Plaza de Mayo y el aire se vuelve un poco tóxico. Quizás sea la acumulación de colectivos que ha formado la nube negra que me hace toser. Es imposible capturar olores, los ojos arden y la nariz pica. Llegando al obelisco el viento limpia un poco mis sentidos, pero todavía no sé por qué la dejé. Hipotetizo: ése día que llegué antes del laburo el saquito rojo que siempre usa desprendía el hedor de esa colonia para hombres que suele usar el ex. Será el sol que me nubla la vista el que me hace respirar el aroma incierto de las margaritas. Ya camino por los bosques de Palermo. Hay mucha humedad y los chicos pasan transpirados en bicicleta. Huelo la risa, el jadeo, las conversaciones que se ensayan a la orilla del lago. Tengo sueño. El tipo del carrito me pone una manzana acaramelada en la nariz. “¿Quiere?”, dice. El olor de las manzanas se me vuelve insoportable, me transporta al ’89, cuando mi viejo había perdido el trabajo y siempre comíamos fideos de sémola y las manzanas machucadas que descartaba el verdulero. El césped descolorido huele a nada. Hipotetizo: creo que ya no la amo, me importa poco lo del ex, que se la aguante él. Mi sobrina me pregunta a que sabe la vida. Mi sobrina hace preguntas imposibles. Le respondo: a helado de frutilla y dulce de leche. La contestación le satisface tanto que me pide diez pesos para un helado. Por el oeste se anuncia el ocaso, todo se vuelve tenue y huidizo por aquel sector y los deportista se sacan sus abrigos y las abuelas toman café con leche. Los aromas se transforman, lo invaden todo aprovechando las sombras que se alargan. Camino por la avenida y siento el café expreso y el humo blanco que despiden los autos. Hace frío y el frío congela narices. El que deja debe tener las cosas más en claro, me digo –uno siempre se está diciendo cosas, me digo que me digo-.

Vuelvo al departamento. Estoy solo. Ya poco queda de sus olores, que eran su presencia en la mía y sólo como un recuerdo me queda el boleto, el riachuelo, el asiento, la mujer, el humo, el viento, el saquito rojo, las margaritas, las transpiración, la risa, el jadeo, las manzanas, el césped, el helado, el café.

 

contemplación

Miró.

La mano en la barbilla –era, si, en la barbilla, la mano, una marca, una especie de entrada a ese mundo–, las cejas arqueadas, los ojos que escrutaban la superficie de pinceladas de acrílico. Las líneas formaban una figura; un sombrero; debajo, un rostro; en su interior, una expresión; luego, un cuerpo que se esfumaba poco a poco y se unía, en imperceptible amalgama, con el fondo: un frondoso bosque, espeso, de hierba, yuyos, pequeños arbustos traídos del mediterráneo; en los vértices superiores, el cielo celeste que se perdía en un frío blanco.

Observó largo rato.

La mano, la barbilla, los ojos, las cejas. El acrílico era, ya, como un mar embravecido; cada pincelada era un golpe furioso, una declaración del falsificador, del artista que jamás será reconocido, del hombre oculto.

Sus ojos captaron lo apócrifo.

Ahora, en sus bolsillos, las manos. Su boca lanzó un enunciado: “El cuadro está en perfecto estado. Puede estar seguro de la legitimidad de su adquisición”.

La mirada dura.

Sus manos estrecharon las de la señora.

Salió.

Contempló el cielo.

Sus manos, sudadas, palparon los billetes. Ensayó una mueca, quizás una sonrisa.

Después, se perdió para siempre en los confines de esas construcciones contemporáneas que los algunos llaman urbes.