Manitos de lluvia.


por celeste eme y juan de

Abrir una caja de cigarrillos es abrir un hombre de sombrero, una mujer de manos blancas que espera en una esquina desierta al hombre de sombrero, que camina por la calles de su barrio, fumando al paso, sabiendo que es una oscuridad de si mismo, pensado que sus pies son ridículos. Mientras que tararea melodías apáticas. Abrir una caja de cigarrillos es cerrar un lucero. Un poco como colorear sus ojos, sus manos firmes, sus calles que se oían de tiempos viejos, de candelabros que ya no alumbraban más que cuerpos que se proyectaban en la historia. Inclinó la cabeza, acomodó el sombrero y pudo contemplar su espectáculo.

Salgo a fumar, el trabajo es tranquilo, estoy solo, puedo hacer las maletas y dar una vuelta, aunque mi cuerpo siga fijo en lo que fue una maquina de escribir. Entonces salgo, ahora si llevo mi cuerpo, porque mi cuerpo durante ocho horas le pertenece a los deberes pagos. Pero salgo, hay una llovizna pegajosa que son como pequeñas manitos mojando mi cuerpo, prendo un cigarrillo largo y hundo mis ojos en los barcos también mojados, también llenos de esas manitos invisibles. Entro tan solo para confirmar que mis ojos siguen mojados, y mi cigarrillo aplastado en el suelo, por mis pies ridículos; salgo a fumar, salgo, la llovizna en la cara, ya no amanece más por aquí, la bruma se lo ha llevado todo en los últimos años. Encuentro poetas muertos en la rivera, amarrados a pinturas de Berni, con pescados figurados. Llovizna, rostro, el río inmenso en las pupilas de la muchacha pálida.

Ahí voy y nada más. Abrir un paquete de cigarrillo es irme, sabiendo que el reloj marcara las 15 horas y estaré ahí, mañana, pasado y así los días. Y así los meses. Abrir un paquete de cigarrillos es cerrar los ojos y ver a la mujer en la esquina, fumando, con sombrero y esas manitos de lluvia tocando su pelo.

había



por juan de y celeste eme

Había animales invisibles en sus ojos, en la pupila latía la sombra azul de un viejo caballo, en sus párpados, una mancha semejaba un tigre; la boca ardía de amarillos pingüinos que corrían por escaleras viudas. Su geografía, su mundo, él como receptáculo mudo de formas que anidaba como cuerpos, como todos otros que se escabullían de la mirada ajena, de esa cosa que robaba, y su corazón es una licuadora de mares obscenos, crepusculares mares de botellas sin pergaminos.

Sus vestiduras inexistentes y asimétricas, las marcas del tiempo que expresaba cierta lentitud del mundo; la suma de seres, sólo al final, formó una clase de animal. Pero era un hombre muerto en si misma.

El encuentro

por juan de y celeste eme

Atardecer. Caminó al azar por unas cuadras, sin embargo el mapa que descansaba en forma de bollo en el bolsillo derecho indicaba una dirección; la dirección un destino, el destino, ciertos acontecimientos –cadenas de hechos gustaba decir– que al presionar el timbre se desencadenarían. Espero intensos minutos desojados. Abrió la pequeña puerta con forma niño, y en sus adentros una pequeña caja gris. La leyenda sobre la diminuta caja rezaba ¨Aquí la mas prolongada verdad¨. Puso la pequeña caja en sus manos frías. Fue hacia el subte y bajó en la estación Cortázar. Allí esperaba ella. “El pergamino por la caja”, dijo. Los objetos cambiaron de manos. “Es hermosa” pensó y se perdió por las calles de San Telmo. Ahora sabría el secreto. Las palabras se abrirían como un cofre, pero el miedo era la canción en sus noches saladas, de compañía solitaria, y palabras zurcidas por viejas memorias. Lo revelado haría, pensó, que todo perdería un poco de sentido. Todas las búsquedas serían ya, vanas, estériles. ¿Cómo deshacerse del pergamino? Era la misma pregunta que como deshacerse de uno mismo, de los días escritos y borrados. La prolongada verdad es un pequeño vacio eterno que llevamos entre las manos.

La noche del cuerpo de otoño

escrito en colaboración con Celeste


La noche no era un golpe, pero así lo sintió. Frunció el seño, miro a su alrededor y maldijo el día que lo habían condenado a conquistar a esa mujer. Aunque los golpes, eran cantos enjaulados por la oscuridad de sus senos melancólicos y azules, para dos ojos con sombrero ausente y bocetos para la vida de los otros; los otros se ofrecían esa noche como viles asesinos de la pasión, la mujer, creo, me miró, pero me miró y fui suyo. Nada pude hacer, nada pude accionar sobre ella que no fuera un hermoso escupitajo violeta, hecho por la rabia de los zapatos mojados y el resentimiento del cuerpo. Mi cuerpo era una colección de hojas de árbol de otoño desaparecido a punto de volar. Me quebré. Fui suyo y no fui más nada. En las noches de invierno supe recordarla como una musa marchita, como algo que se borroneaba con el tiempo. Ahora, ya triste, aunque la primavera siempre será sangrienta en su sexo de hada. Y sus manos demoniacas arranquen sus frutos, miro

llover y lloro, todas, cada una de estas palabras. De estas palabras solo lloradas.

sólo gente


El amanecer se despliega sobre las vías.
Las personas, en su dinámica
inminente,
se dirigen hacia lugares de trabajo.
Poetas,
artistas del hambre,
músicos,
pintores,
rebeldes,
eclécticos,
mercachifles de la nada,
mujeres que han sobrevivido a algunas historias de amor,
amigos del alma,
escribas,
ilusos,
actores de la vida y de los otros,
aquellos que se emocionan cuando terminan un libro,
aquel tipo que no podemos recordar,
los amores, las amantes, lo imposible, lo imborrable
y los simples contempladores se esconden bajo la existencia muda del trabajo.

racimos de sombra


Esta noche, no lejos de aquí, se oirá un rumor, ruidos apagados; serán los amantes, serán los amantes que se confunden en las sombras que los árboles despliegan a las horas de la nada.
Ellos serán murmullos, agites, el amor como presente absoluto.

aventurista


Bajo una estación antes -para sorprender(me)-; después finjo un poco de indiferencia hacia los comentarios de Carlos acerca de la necesidad intrinseca que tiene de desarrollar y escribir historias (siempre) intrincadas, atrapantes y kilométricas; "La aventura é finita", me recuerda Carlos; plantea mundos dispares, donde los cruces son ley, donde la superposición quiebra un poco las jerarquías, donde el conserje es un Dios menor, donde el escritor, un pobre tipo; Carlos pide una bebida amarga, típico gesto que repite cuando me viene a visitar; es un bar, esto, me dice; en donde vive Carlos no hay bares, sino confiterias y gente con demasiadas cosas que perder; ahora piensa otra historia: tiene conspiración, próceres que se cagan a trompadas, viajes a ningún lugar, personajes solitos, héroes que no se afeitan por las mañanas; me dice que ha optado por cierto cinismo en las relaciones con las mujeres; "Me sorprendes", le digo; vamos al Museo a contemplar, luego caminamos, yo saco fotos; en Ghandi hablo con una mina que quería comprar algo de Saer -descaradamente recomiendo cosas que no he leído, invento alguna anécdota de un tío mío con Saer en un aeropuerto para atraerla; la chica apenas deja una sonrisa y se pierde por Corrientes-; volvemos a casa, tomamos cerveza, hacemos on line un cadaver exquisito con Gus -un admirado artista-; después describimos al mundo en forma maravillosa, recordamos las bellas mujeres que nos han quitado el sueño y el día va apareciendo en el cielo, nada más.

"downtown New York"

Pequeño dibujo de quien aquí escribe, inspirado en "Downtown New York", fotografía de 1947 de Cartier-Bresson

respiración

Temprano, claridad, colores fríos que se vuelven tenues.
Ojos, abiertos, almohada, pereza, cierta sensibilidad en los labios que le producían una sensación melancólica, errada, ausente.
Se levantó.
Ejecutó una, dos, tres, veinte acciones que suponían un mundo.
Salió.
Realizó toda una serie de tareas por las cuales recibía un pago mensual.
Volvió a donde veía habitualmente la claridad, los colores fríos que se vuelven tenues, lo temprano.
Durmió.
Un día todo eso se quebró.
Las acciones no condujeron a un mundo, sino a un rostro, el rostro a un cuerpo, el cuerpo a un sentimiento, el sentimiento a una palabra, que no se escribirá aquí.

Temprano, claridad, colores fríos que se vuelven tenues, respiración, cabellera, labios, acciones que conmueven cuerpos,
y
los
cuerpos
mundos.