la vida al pasar


Barremos bajo la puerta lo mejor de los sentidos: la luz amarillenta de la lámpara, lo que ha quedado del atardecer, ciertas sonrisas que contemplábamos hasta ayer. Quedan los humos de los cigarrillos, una metáfora del tiempo que ayer fue hombre, sobres de cartas vacíos. 
Después nos sentamos en la puerta de nosotros mismos. Nos vemos pasar como quien se toma el último vasito de la fiesta. Al principio no nos reconocemos, pero luego de un rato, fingiéndonos otro, nos preguntamos cómo andamos y que era de la manía de dibujar tipitos de mirada triste en los umbrales de los bares del centro. Qué era de la chica esa que le inventaba alas a las personas y decía que todos se habían ido a otra parte. 
Y ahora sentimos el aroma que hemos sido y dejamos entrar la noche por todas partes y somos alegres y tristes a todas horas.  

alimentos terrestres


Caminó por las calles del centro -con ese torbellino de ideas que solía acosarlo-. Luego fue a parar a algún bar de Corrientes. Se topó con los desconocidos de siempre, las barras de amigos, el tipo que nunca se había ido, la colección de artificios de algún escritor podría producir esa fauna. Papel y lápiz. Hiló palabras, ciertos puntos, descompuso imágenes, como cuando juntaba flores rotas en jardines secretos.

contemplación


Estábamos, todos, nosotros, en el contemplar, en esa visión, fugaz, hipnótica, como el humo del cigarrillo, de ese atardecer veraniego.