Ciorán, o cómo acabar de una vez por todas con la Filosofía


Cioran, a diferencia de muchos filósofos, no va a ejercer la crítica para, así, construir su propio sistema de pensamiento[1], sino que va a ejercer la crítica desde todas las posiciones posibles pero sin tomar ninguna al final.

Porque Cioran es un Escéptico. Si bien la “vida misma” nos imposibilita el ejercicio del escepticismo, puesto que debo decidir y elegir; “vivir equivale a la imposibilidad de abstenerse”[2], dice Cioran. No ocurre lo mismo en el terreno de la filosofía, en donde se puede practicar la suspensión del juicio (epojé).

Pero el escéptico –si es consecuente consigo mismo– no sale indemne de esta (no) postura. El escéptico, ese “muerto-vivo”, es corroído existencial e intelectualmente por la duda, por eso “termina su carrera en una derrota sin analogía con ninguna aventura intelectual”[3]. Es una verdadera condena a cierta soledad filosófica, ya que cualquier asociación[4] significaría la afirmación de “alguna cosa”. Ni siquiera el nihilismo es un punto a tener en cuenta, ya que sería una toma de postura al fin y al cabo: el “drama del que duda es mayor que el del negador, por la razón de que vivir sin finalidad es más incómodo que el vivir por una mala causa”[5].

Con semejante actitud –la de no conocer finalidad alguna– posturas como las de Heidegger, Horkheimer y James se ven anuladas, destituidas, corroídas[6]. Vano se vuelve el intento de hablar del Ser, la razón calculante, la lucha de clases o el sentido práctico cuando se es un pensador condenado (y no un condenado pensador), un maldito entre los malditos, ácido entre ácido, un caído[7].

No podemos hablar aquí de Verdad, la duda permanente impide arribar a cualquier puerto seguro; no podemos, como Zarathustra, haber gritado con júbilo: “¡La costa ha desaparecido, ahora he roto mi última cadena…!”[8], puesto que el escéptico no es un liberado, sino alguien que ha dejado de creer, que no puede pronunciar nada (¿quisiera pronunciar algo?); de allí su condición de caído.

La crítica – a la filosofía, al conocimiento, a la verdad– es una crítica sin fundamento, sino sería una apología. Critica todo, deconstruye todo, destruye todo, pero no alza ningún edificio teórico.

La risa, la ironía, los juegos nos salvan un poco del escepticismo, pero al final de la (agotadora) jornada –se sabe– no hay lugar donde reposar. Ni Dios, ni la Razón, ni la fe en el Hombre, ni el Lenguaje, ni el Ser son moradas seguras para el escéptico. La teoría del conocimiento es una mera ficción, un engaño sutil de la filosofía, que ha elevado –en la Modernidad sobre todo– a imperativo categórico la tarea de conocer del hombre. Y ha puesto a este, al hombre, a la tarea de conocimiento, a creer que hay certezas, a creer.


[1] Bachelar decía que todo conocimiento se construye contra uno anterior, con lo cual las teorías no salían de la “nada”.

[2] Cioran, E. M., La caída del tiempo, Planeta-Agostini, pag. 58.

[3] Cioran, E. M., Op. Cit. pag. 59

[4] Una asociación, pongamos por caso, de Escépticos Unidos iría en contra de la postura misma y estaría destinada a la disolución, pero tampoco a eso, ya que de lo que se trata es de abolir toda afirmación.

[5] Cioran, E. M., Op. Cit. pag. 68.

[6] Porque, como el frío húmedo, el escepticismo corroe los huesos de toda filosofía.

[7] Por momentos, el existencialismo y el escepticismo parecen rozarse con la falta de finalidad del hombre (el absurdo para Camus, por ejemplo) y por la imagen de “caída” de este tipo de filosofías.

[8] Nietzsche, Friedrich, Así habló Zarathustra, Editorial Sarpe, 1983, pag. 260.

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