la vida al pasar


Barremos bajo la puerta lo mejor de los sentidos: la luz amarillenta de la lámpara, lo que ha quedado del atardecer, ciertas sonrisas que contemplábamos hasta ayer. Quedan los humos de los cigarrillos, una metáfora del tiempo que ayer fue hombre, sobres de cartas vacíos. 
Después nos sentamos en la puerta de nosotros mismos. Nos vemos pasar como quien se toma el último vasito de la fiesta. Al principio no nos reconocemos, pero luego de un rato, fingiéndonos otro, nos preguntamos cómo andamos y que era de la manía de dibujar tipitos de mirada triste en los umbrales de los bares del centro. Qué era de la chica esa que le inventaba alas a las personas y decía que todos se habían ido a otra parte. 
Y ahora sentimos el aroma que hemos sido y dejamos entrar la noche por todas partes y somos alegres y tristes a todas horas.  

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