Fábulas


El café con leche con medialunas o tostado siempre lo tuve asociado con lo porteño. Luego de un largo viaje en el Condor - La Estrella y en esos viejos bares amarillentos pedía el café con tostado. Esos amaneceres cansados.

Venir a Buenos Aires era venir al mundo. Tomar el subte, recorrer mil librerías, pasear por el Centro. Muchas veces acompañé a mi vieja a comprar mercadería para el negocio a Once. Era todo un día de trajín, entrábamos en jugueterías, en mercerías, locales de ropa interior. Había que andar ligerito y con cuidado.

Buenos Aires también era mis tías abuelas, hermanas de la abuela Dominga, que vivían en San Telmo. Los recuerdos borrosos me traen una escalera de marmol gigante del edificio en que vivían. Mi viejo siempre recuerda cuando pasó unos días acá cuando su padre andaba jodido.

Te aporteñas, pero te seguís percibiendo como del interior. Uno se cree que no cambia y que cambian los demás, como cantaba Cafrune. Lo cierto que el pueblo lo perdió para siempre. Nunca se vuelve, como dice Dolina. Por eso los lugares son, sobre todo, una construcción de nuestra memoria. El trabajo del hombre, si es algo, se constituye como una eterna reconstrucción de lo que no existe. Fabulamos biografías con imágenes borrosas del pasado.


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