Crónica Olfativa


cuento leído en el Rosa Molesta Club

La máquina expende el boleto y huelo a través de la ventanilla semi abierta el aroma gris del ricachuelo por última vez en el día; se me antoja una sensación brumosa y pesada, que se empasta sobre las paredes de mis fosas nasales. Ahora en el colectivo, el asiento que exhala plástico viejo, gastado de las posaderas ajenas. El viaje es tranquilo a pesar de los saltos del 29 contra los últimos adoquines. Acaso la mujer del asiento de adelante huele a jazmín; me acerco un poco, es inconfundible: son rosas y agua fresca y maquillaje; la mujer, me digo en mi silencio de pasajero, posee el aroma de la juventud marchita. Se asoma la Plaza de Mayo y el aire se vuelve un poco tóxico. Quizás sea la acumulación de colectivos que ha formado la nube negra que me hace toser. Es imposible capturar olores, los ojos arden y la nariz pica. Llegando al obelisco el viento limpia un poco mis sentidos, pero todavía no sé por qué la dejé. Hipotetizo: ése día que llegué antes del laburo el saquito rojo que siempre usa desprendía el hedor de esa colonia para hombres que suele usar el ex. Será el sol que me nubla la vista el que me hace respirar el aroma incierto de las margaritas. Ya camino por los bosques de Palermo. Hay mucha humedad y los chicos pasan transpirados en bicicleta. Huelo la risa, el jadeo, las conversaciones que se ensayan a la orilla del lago. Tengo sueño. El tipo del carrito me pone una manzana acaramelada en la nariz. “¿Quiere?”, dice. El olor de las manzanas se me vuelve insoportable, me transporta al ’89, cuando mi viejo había perdido el trabajo y siempre comíamos fideos de sémola y las manzanas machucadas que descartaba el verdulero. El césped descolorido huele a nada. Hipotetizo: creo que ya no la amo, me importa poco lo del ex, que se la aguante él. Mi sobrina me pregunta a que sabe la vida. Mi sobrina hace preguntas imposibles. Le respondo: a helado de frutilla y dulce de leche. La contestación le satisface tanto que me pide diez pesos para un helado. Por el oeste se anuncia el ocaso, todo se vuelve tenue y huidizo por aquel sector y los deportista se sacan sus abrigos y las abuelas toman café con leche. Los aromas se transforman, lo invaden todo aprovechando las sombras que se alargan. Camino por la avenida y siento el café expreso y el humo blanco que despiden los autos. Hace frío y el frío congela narices. El que deja debe tener las cosas más en claro, me digo –uno siempre se está diciendo cosas, me digo que me digo-.

Vuelvo al departamento. Estoy solo. Ya poco queda de sus olores, que eran su presencia en la mía y sólo como un recuerdo me queda el boleto, el riachuelo, el asiento, la mujer, el humo, el viento, el saquito rojo, las margaritas, las transpiración, la risa, el jadeo, las manzanas, el césped, el helado, el café.

 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y yo que tomo el 29 hace 3 años, lo unico que recuerdo es un sticker fucsia de una carita tipo smile que parece mirarme al menos una vez a la semana... después vuelvo y también voy a palermo, corro y camino y pienso y entonces nose si camino, o si corro y de todisima la música que escucho por esos lagos, sólo una canción queda en mi: Ojitos Rojos. Te la regalo.

Lloré.

La chica del Andén.

Anónimo dijo...

P.D: el sticker fucsia del 29 está pegado en el primer asiento a la izquierda (esos asientos que van tipo mirando hacia atrás (?!), digo, te digo,eso... por si algun día lo ves.

:)

La chica del andén.