A sus ojos claros, la ciudad enmudecía. Los domingos dejaba de amar. Sus esperanzas parecían un muro casi derrumbado.
A su alrededor: existencias, soledades, compañías mudas, ruidos de vecinos. Su trabajo: cierta forma de la contemplación.
Los caminos le eran extraños, los puertos un enigma. La oscuridad la salvaba de la intemperie, del viento que venía con el ocaso.
A pesar de todos y de todo, amaba, quizás en silencio, quizás descorazonadamente, quizás de forma que jamás entiendas.
1 comentario:
ya estas agregado a mis links!
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un abrazo!
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