el muro


Empantanado en la escritura. Así está la cosa. Detenida, inmóvil, estática. Uno, en su vana ilusión de escritor amateur, creía que el relato se escribía solo, “de una”. Pero no, resulta que la página en blanco se convierte en un muro. Una pared de concreto difícil de cruzar. Lo curioso es que las ideas están, incluso cierta estructura del relato, pero las palabras –reducto último, verdadero paraguas del escritor– no pueden cruzar el muro. De ahí “el bloqueo”, la parálisis, la desazón de los personajes que están “suspendidos” en el tiempo y, un poco de costado, lo observan a uno con desdén. Su existencia detenida por un tipo que ese día no se ha levantado inspirado. Qué hacer, a quién recurrir.

Así, se descubre la soledad que aqueja a los escritores, los muros que los rodean y la inmensa esperanza que tienen cada vez que sientan en cualquier lugar a enfrentarse con el blanco de la hoja; para imaginar, para crear, para descorazonarse un poco cada día.

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